Para conocer más...
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En el siglo III de la era cristina, en la ciudad de Eges (o Egea) de la Arabia, nacieron los gloriosos mártires San Cosme y San Damián, hermanos gemelos según el Turonense.
Sus padres, Antimo y Teodora, de noble estirpe y distinguidos más que por su nobleza y cuantiosos bienes de fortuna, lo eran por su fe en Cristo Jesús. Muerto Antimo, se vió su viuda Teodora con cinco hijos llamados Antimo, Leoncio, Euprepio, Cosme y Damián, a quienes su virtuosa madre trató de inculcar las más santas máximas de cristiana virtud y los fundamentos de la más sana moral por cuantos medios tuvo a su alcance. Ocupó en la educación de sus hijos a los hombres más versados de su época en la ciencia de las letras, que eran al mismo tiempo los hombres más recomendables por su virtud y probidad. Pero más que la ciencia de sus maestros, aprovechó en el ánimo de sus hijos la piedad y virtud de la madre, por lo que mereció ser colocada en el Memologio griego. Sus nobles hijos Cosme y Damián, adornados de un ingenio vivo y brillante, les hicieron más aptos que a sus otros hermanos para dedicarse al estudio de las ciencias y las bellas artes. |
Nada perdonó tan celosa madre para cultivar y perfeccionar tan preclaros talentos, pero sin descuidar, en lo más pequeño, inculcarle el amor a Dios y a la virtud. Sus piadosas costumbres, adornadas de la humildad cristiana que presidía todos sus actos, junto con su bondad y desinterés, les ganó el aprecio el respeto y la admiración de los paganos.
Mas el Señor, que los tenía destinados para más altos fines en bien de la Humanidad, los llamó así por distintos caminos. La caridad ingeniosa y el amor al prójimo les movió a dedicarse al mundo de la medicina, persuadidos de que este medio les proporcionaría ocasión para insinuarse en el ánimo de los gentiles, instruirlos en las verdades de la religión cristina. |
Así, curando las enfermedades corporales, hallarían medios de sanarles las dolencias del alma: No de otro modo que cual voraz y ardiente llama que, en medio de una frondosa selva, mueve los vientos y, en vez de apagarla, aviva su luz y resplandor, comunicando su fuego a todas partes y abrasando del mismo modo copudos y secos árboles, Cosme y Damián, abrasados de fe y caridad, se dedican a la práctica de la medicina.
Su ingenio perspicaz y su amor al prójimo, les hace sobrepujar en poco tiempo, a cuantos médicos florecían en la Arabia, no solo en el conocimiento de las virtudes curativas de los vegetales y minerales, sino también con las sorprendentes curaciones que hacían de toda clase de dolencias, pareciendo algunas de sus curas propiamente milagrosas. |
Más que por la eficacia de las medicinas, por su virtud de Cristo eran sanados de tan incurables enfermedades. Entre las maravillas mil, se citan la extracción de la serpiente que había penetrado por la boca de un rústico; igualmente, devolvieron la vista a los ciegos, dieron movimiento a los paralíticos y se refiere que un grupo de ángeles bajaron del cielo para sanar a un leproso y que, invocados por un hombre devoto que padecía cáncer en una pierna, aparecieron entre sueños, un grupo de ángeles provistos de instrumentos quirúrgicos y ungüentos que le amputaron la pierna y se la sustituyeron por otra que pertenecía a un etíope recién enterrado en San Pedro de Ad Vincula. |
¿Y no bastan para evidenciar la virtud de tan portentosos milagros, hechos puramente sobrenaturales, que los hacían en nombre de Cristo Redentor? ¿Qué elemento, puramente humano, alcanza a obrar tales portentos? ¿Qué principio en el orden común de las causas y los efectos puede alcanzar semejante éxito? ¡Oh! Hay algo más que la mano del hombre en esos hechos que están por encima de la inteligencia humana. Está el dedo del Omnipotente, la acción de la Divinidad, la influencia visible del poder de Aquel Señor que quiere glorificar a su Unigénito, sancionar su doctrina y dar un testimonio ilustre a su santidad, por medio de los ha escogido por instrumentos de su divina fe y de su gloria.
De este modo, convirtiéndose en apóstoles de Jesucristo, anunciaban sus grandezas, predicaban su evangelio, popularizaban sus enseñanzas y extendían sus conquistas. Eran demasiado elocuentes sus palabras para dejar de conquistar corazones, toda vez que aquellas estaban apoyadas por la fuerza del visible beneficio. Sí. Porque no eran puros ofrecimientos los que Cosme y Damián hacían, sino demostraciones tan evidentes que no permitían abrigar ningún género de dudas.
Se lee en las actas de los Santos que las numerosas curaciones que hacían de toda clase de dolencias, no eran debidas a las virtudes de las plantas o las piedras, pues a tanto no alcanzan, sino que eran prodigiosos milagros concedidos a aquellos santos en gracia de sus fervorosas oraciones y súplicas por aquel Dios que ellos predicaban.
¿Qué tiene, pues, de extraño que pusiesen en manos de médicos tan expertos la salud de sus almas aquellos que habían reconocido, en tan santos varones, un arte celestial y divino en la admirable curación de las dolencias del cuerpo?
¿Qué tiene, tampoco, de maravilloso que las gentes, aún las más tenaces y reacias a oír la predicación del evangelio, admitiesen de buena voluntad en sus cuidados, y aún en sus casas, aquellos nuevos apóstoles que mas decían o hablaban con las obras que con las palabras; ni que confesasen, como lo hacían; que era verdaderamente aquella fe que veían grabada en la frente de dos seres tan iluminados de caridad como revestidos de sobre natural poder?
Para hacer Cosme y Damián mas palpable todo esto y que los gentiles no ignorasen que el espíritu del que ellos estaban animados para la aplicación fatigosa y constante de ciencia médica, era aquel mismo espíritu de caridad de su Divino Maestro Jesús, que procuraban revestir de terrenales formas para la extirpación de los errores, la propagación de la religión. Y se mostraban siempre tan humanos, desinteresados y enemigos de toda recompensa terrenal, que, en la iglesia griega, fueron llamados Anargiros, que quiere decir hombres sin dinero. Ningún premio, ninguna recompensa exigían por su trabajo. Sus almas generosas y heroicas, superiores a todas las miserias del mundo, nada quieren, nada buscan ni codician mas que la gloria del único Dios verdadero, el triunfo de su religión y el bien de la humanidad.
¿Quién no contemplará maravillado a estos héroes, célebres por la pureza de su ingeniosa caridad, colocándolos entre los mas ilustres campeones de la religión?. Indudablemente, hubiera sido de desear que los que se dedicaron a estudiar os hechos de nuestros santos, hubieran sido mas precisos y menos oscuros para que hubiesen también llegado hasta nosotros, atravesando las vicisitudes de los tiempos aquellos, proezas que, sin duda acometerían, estando dotados de tan singulares virtudes, pues Cosme y Damián no pudieron dejar de imprimir indelebles huellas de su admirable apostolado en dilatadas regiones.
Tuve yo siempre por cosa infalible que para el que ose verdaderos sentimientos piadosos era suficiente prueba de las virtudes de nuestros santos, el saber que estos estaban iluminados por la reina y el manantial de todas las virtudes, esto es, la caridad, la cual ejercieron de un modo admirable. Así, como el que fija la vista en el brillante rayo de aquella luz que derrama el sol y fácilmente conoce que, llegado éste a tocar y difundir alrededor de los cuerpos del mundo, de los cuales es el alma y la vida, y que penetrando por sus poros y reflejándose por la superficie, siempre aparecen teñidos de los mas hermosos colores, del mismo modo, quien reflexiona en el puro y ardiente rayo de la caridad de estos Santos, inmediatamente deduce que, para difundirse por aquellos pueblos incrédulos, para ilustrarlos y corregirlos, para penetrar tantos corazones, para vencer tantos obstáculos, para disipar tantos errores y para tolerar tantos ultrajes, era de todo punto necesario que se ostentara con todo el esplendor de todas las virtudes, y fuese, según el Apóstol nos lo pinta, caridad llena de sabiduría, de fortaleza, y por decirlo de una vez, adornada de todos los méritos y virtudes.
He aquí por qué, al trasladarme con mi imaginación a la Arabia para contemplar a estos dos médicos revestidos de tan egregia virtud, recorriendo aquellos países y llevando a cabo tan magníficas obras a favor de los mortales, me sentí herido en mi mente por no se qué clase de instinto, para contemplarlos como símbolo de aquel Ángel que, bajo humanas formas, nueve siglos antes y en aquellas mismas regiones, apareció precisamente para ejercer el mismo ministerio de médico acompañando al joven Tobías de Nimie a Rages, ciudad de los Medos, procurándole remedio con las entrañas de un pez a la ceguera de su anciano padre.
Y, ¿qué hay de maravilloso en que imitasen al ángel médico nuestros Santos gemelos, si el primer ejemplo fue dado por el mismo Señor de los ángeles, que descendió del cielo para ser el médico de nuestras almas, librándonos de la lepra, de la común culpa y sanar nuestra alma dolorida con el suave bálsamo de la divina gracia?. Del mismo modo se propusieron nuestro Santos Médicos, Cosme y Damián representar, reflejar en sí mismos, la caridad mostrada por Jesucristo para salvar a aquellos idólatras de los errores del paganismo. A millares contábanse los trofeos que aquellos conquistadores iban a depositar, diariamente, en el templo augusto de la verdad católica; mas aún que sus milagros, se multiplicaban los triunfos de la fe. Por todas partes cundía prodigiosamente el movimiento religioso; los nuevos discípulos del Evangelio excedían casi al número de sectarios del paganismo y los sacerdotes de los ídolos, viendo caer en descrédito sus doctrinas y la próxima ruina del vetusto edificio del gentilismo, decíanse llenos de despecho: “¡Ved como de nada nos aprovecha nuestra ciencia para contener el impulso dado por esos dos hombres a la marcha progresiva del culto de su Dios! ¡ved como todas las clases se desbandan y, desertando de las banderas a las que estaban afiliados, van a engrosar las filas de los fanáticos adoradores de un hombre crucificado! ¿Cuál es, pues, nuestro deber en tan graves circunstancias? ¿Los dejaremos continuar impunemente con sus funestos proyectos?. No es de extrañar que tan grande alarma produjese en los ministros de la religión pagana unos milagros que, junto con la vida intachable, la inocencia de costumbres, la caridad heroica, el admirable desinterés y las demás virtudes que brillaban en los celosos hermanos, evidenciaban, ostensiblemente, la santidad del cristianismo, dando una autoridad y una sanción irresistible a sus enseñanzas.
Natural era que, impotentes para triunfar ellos por la vía del raciocinio o con el ascendente de sus doctrinas, apelen a la violencia y al insulto, arma favorita del error, siempre que, en el terreno de la discusión ven la imposibilidad de sostener su mala causa. Apelen, en buena hora ese medio. Nada conseguirán, sino demostrar con el sacrificio de esas dos inocentes víctimas, la veracidad de las promesas vinculadas a la divina religión del calvario, cuya santidad han manifestado con su vida los dos valientes atletas de Cristo.
Sin embargo, tanto celo e interés por los enfermos, tanto amor y caridad por la salvación espiritual de los gentiles, les atrajo el odio de los ministros paganos. Informaron los tiranos la ciencia de tan esclarecidos médicos, diciendo que era magia y sus curaciones hechizos; amargura primera que suelen sentir cuantos valen algo en el mundo, porque, como dijo un ingenio “las singulares prendas son de pocos conocidas y de menos confesadas; nadie las alaba y todos la zahieren".
Desacreditábanles pagando sus salarios con injurias y sus recipes con ofensas; su misma reputación les atrajo el odio de aquel funesto Diocleciano que se encumbró asesinado a Aper y oyendo los crueles consejos de sus césares Cloro y Salerio, se propuso exterminar a los cristianos.
Desacreditábanles pagando sus salarios con injurias y sus recipes con ofensas; su misma reputación les atrajo el odio de aquel funesto Diocleciano que se encumbró asesinado a Aper y oyendo los crueles consejos de sus césares Cloro y Salerio, se propuso exterminar a los cristianos.
Enviaron a Egea a prefecto Lisias con orden de emplear los mayores y más crueles suplicios para obligar a los cristianos a ofrecer sacrificios a los dioses del Imperio. Supo a su llegada que los mayores enemigos de los dioses eran los célebres médicos, más bien dos insignes hechiceros, decían, que cruzaban las ciudades haciendo portentosas curas a merced de encantamientos y convirtiendo al cristianismo a los enfermos, por ello si no se ponía pronto remedio, en breve se haría todo el país cristiano. Era común sentir y pertinaz creencia entre los gentiles, atribuir a efectos del arte mágico todas las maravillas que obraban los cristianos.
Sugestionado Lisias con estos informes de los ministros del paganismo y obedeciendo las órdenes del Emperador, les mandó prender y haciéndoles comparecer delante de sí, les dijo con un aire y tono capaz de intimidar los corazones mas esforzados:
“Luego, ¿vosotros sois aquellos dos famosos embusteros que andáis por las ciudades y provincias sublevando a los pueblos con vuestros encantamientos y alborotándolos contra los dioses del Imperio, para colocar en su lugar y hacerlo adorar como Dios, a un hombre que, por sentencia del juez, fue colgado de un infame madero?. Tened entendido que si desde este mismo instante no renunciáis a ese Dios crucificado y no obedecéis los edictos de los Emperadores, no habrá suplicio que nos os haga sufrir para reduciros a vuestro deber. ¿De donde sois? ¿qué oficio profesáis? ¿cuál es vuestra familia?”.
“Luego, ¿vosotros sois aquellos dos famosos embusteros que andáis por las ciudades y provincias sublevando a los pueblos con vuestros encantamientos y alborotándolos contra los dioses del Imperio, para colocar en su lugar y hacerlo adorar como Dios, a un hombre que, por sentencia del juez, fue colgado de un infame madero?. Tened entendido que si desde este mismo instante no renunciáis a ese Dios crucificado y no obedecéis los edictos de los Emperadores, no habrá suplicio que nos os haga sufrir para reduciros a vuestro deber. ¿De donde sois? ¿qué oficio profesáis? ¿cuál es vuestra familia?”.
Señor, respondieron los Santos con tono firme pero respetuoso, los dos somos hermanos, naturales de Arabia, y tenemos la dicha de ser cristianos, como también otros tres hermanos y toda nuestra familia.. Somos caballeros y médicos de profesión, incapaces de engañar a nadie. A ninguna ciudad ni provincia vamos si no somos llamados. No ejercemos la medicina por interés; nada admitimos de enfermo alguno; pero dando la salud a los enfermos, más por la virtud de Jesucristo que por nuestra ciencia, procuramos al mismo tiempo salvarlos de la ceguera del alma, haciéndoles conocer que no hay más que un solo Dios verdadero, el que nosotros adoramos y que los llamados dioses del Imperio son infames demonios que tienen engañados a los pueblos”.
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Quedó sorprendido el gobernador al oír una respuesta tan discreta como moderada; neutral entre la cólera y el aplauso de su cordura y moderación, no sabía por cual de los dos efectos inclinarse. Estaba bien informado de las portentosas curas que habían hecho y no ignoraba que, universalmente eran reputados por prodigios superiores a la naturaleza, más que por efectos del arte. Pero, en medio de todo esto, el temor a perder la gracia de los Emperadores lo determinó al partido de la severidad. Mandóles que hiciesen venir a sus hermanos y, una vez estos ante su tribunal, los exhortó fuertemente a que no se obstinasen en ser rebeldes a las órdenes de los Emperadores. “Sois nobles, -les dijo-, sois jóvenes y yo tengo órdenes de nuestros soberanos Diocleciano y Maximiano para ofreceros su favor y los primeros cargos del imperio si os rendís a su voluntad. Es menester sacrificar a los dioses y renunciar a las incomprensibles quimeras de vuestra religión cristiana. No os encaprichéis en perderos a vosotros y a toda vuestra familia; escoger una de dos: o vivir tributando culto a los ídolos, o morir tributando vuestro culto, que os lleva a morir al rigor de los más crueles tormentos, -pensadlo bien-.”
“Ya lo tenemos pensado –respondieron los Santos-. Tus tormentos no nos ponen miedo. Pronto estaremos a dar nuestra vida por nuestra religión. No tienes que esperar otra respuesta de nosotros”. Tampoco la esperó Lisias, porque al instante, les mandó aplicar los tormentos. No le espantó este cruel suplicio. “Si tienes otros tormentos que hacernos padecer, le dijeron, no tienes nada más que ponerlos en ejecución. Estamos seguros de que la gracia de Dios nos dará fuerzas para sufrirlos, no sólo con paciencia, sino también con alegría. |
En efecto. Habiendo salido del tormento sin experimentar el más ligero daño, dio orden al Gobernador para que, atados de pies y manos, los arrojasen al mar; pero un ángel les desató las ligaduras y los puso sanos y salvos en la ribera. A la vista de esta maravilla, mostró el juez ablandarse un tanto y les preguntó en tono amistoso con que género de encantamiento o de sortilegio obraban aquellos prodigios.
Señor: -le respondieron los Santos hermanos-, ignoramos absolutamente todo género de sortilegios; los demonios nos temen en vez de servirnos. Somos cristianos. Solo en virtud del nombre de Jesucristo y de su soberana protección triunfamos de todos vuestros suplicios. Ni de todos vuestros imaginarios dioses, ni de todo el infierno junto, es capaz de resistir a la sola señal de la cruz del Salvador, en quien ponemos toda nuestra confianza.
Pues yo pongo toda la mía –replico Lisias- en nuestro dios Apolo y me atrevo a hacer los mismos prodigios en su nombre. En el mismo instante fue castigada esta blasfemia, porque dos demonios invisibles le comenzaron a golpear tan cruelmente, que hubiera expirado a la violencia de los golpes si nuestros Santos, movidos de compasión, no hubieran hecho oración, librándole de aquellos demonios en el nombre de Jesucristo.
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Aprovechándose los Santos de esta maravilla y del beneficio que Lisias acababa de recibir, le dijeron: a vista de esta gracia ¿dudarás todavía del poder de nuestro Dios y te obstinarás aún en tu infelicidad? ¿Has recibido alguna vez semejante beneficio de tus ídolos? ¿Has hecho experiencia de su poder?. Renuncia, pues, del culto de esos infieles, aún mas flacos y miserables que tú; aún tienes poder para librarte asimismo de los tormentos eternos que padecen por sus maldades y, abriendo los ojos a la verdad, reconoce la omnipotente virtud del verdadero Dios, único objeto digno de tus adoraciones.
Mostróse el gobernador insensible a tales amonestaciones y, sin responder palabra, mandó que los volviesen a la cárcel. Temerosos los sacerdotes de los ídolos de que Lisias se hiciese cristiano, le hablaron con tanta resolución y le amenazaron tan furiosamente con la indignación de los Emperadores, que al día inmediato les hizo comparecer ante sí y preguntándoles con firmeza, si persistían en su primera obstinación, hallándoles inamovibles en la confesión de su fe, mando encender una hoguera y arrojarlos al fuego; pero, de este suplicio salieron tan ilesos como anteriormente.
Furioso entonces, el gobernador dio orden para que, amarrados cada uno a un grueso tronco, cuatro compañías de soldados disparasen contra los dos Santos todas sus saetas; pero la mano poderosa del Señor, que quería confundir la obstinación del tirano y de todos los gentiles, les hizo invulnerables, y rechazando con violencia toda aquella nube de dardos hacia los concurrentes, que costó a muchos la vida. Causó este suceso tanto alboroto en la ciudad que el gobernador se vio obligado a mandar que, inmediatamente, les cortasen la cabeza.
Pusiéronse en oración San Cosme y San Damián y suplicaron humildemente al Señor que se dignase admitir su sacrificio y no permitiese, con otro nuevo milagro, que se estorbase la ejecución de la sentencia.
Furioso entonces, el gobernador dio orden para que, amarrados cada uno a un grueso tronco, cuatro compañías de soldados disparasen contra los dos Santos todas sus saetas; pero la mano poderosa del Señor, que quería confundir la obstinación del tirano y de todos los gentiles, les hizo invulnerables, y rechazando con violencia toda aquella nube de dardos hacia los concurrentes, que costó a muchos la vida. Causó este suceso tanto alboroto en la ciudad que el gobernador se vio obligado a mandar que, inmediatamente, les cortasen la cabeza.
Pusiéronse en oración San Cosme y San Damián y suplicaron humildemente al Señor que se dignase admitir su sacrificio y no permitiese, con otro nuevo milagro, que se estorbase la ejecución de la sentencia.
El Dios benigno oyó la oración y al primer golpe cayeron en tierra sus cabezas.
Fueron coronados del martirio el día 27 de septiembre del año 285 después de Cristo. Murieron con ellos sus tres hermanos Antino, Lencio y Euprepio, según opinión de los bolandistas.
Fueron pronto muy venerados en Oriente y Occidente y desde el siglo V, se les levantaron suntuosos templos en Ciro, Paufilia, Jerusalén, en Edesa y en Córdoba. El de Edesa lo restauró y enriqueció Justiniano, agradecido a los Santos por la salud que alcanzó.
Fueron coronados del martirio el día 27 de septiembre del año 285 después de Cristo. Murieron con ellos sus tres hermanos Antino, Lencio y Euprepio, según opinión de los bolandistas.
Fueron pronto muy venerados en Oriente y Occidente y desde el siglo V, se les levantaron suntuosos templos en Ciro, Paufilia, Jerusalén, en Edesa y en Córdoba. El de Edesa lo restauró y enriqueció Justiniano, agradecido a los Santos por la salud que alcanzó.
El martirio de los Santos lo escribió en elegantes hexámetros San Aldhelmo. La mayor parte de sus santas reliquias fueron llevadas a Roma y depositadas en una hermosa iglesia que el Papa Félix IV mandó edificar en la Vía Sacra, junto al templo de Rómulo y Remo, en el año 530 de la era cristiana. Sus nombres fueron incluidos en la letanía de los Santos y en el Canon de la Santa Misa; es además, título cardenalicio.
Con gran pompa recibió la ciudad de Munich los dos cabezas y otros varios huesos de los anárquicos, en el año 1649, depositándolos en la suntuosa iglesia de San Miguel, de los pp. Jesuitas, donde han obrado muchos milagros. Un caballero francés llamado Beamont, que en tiempo de los cruzados fue al socorro de las Tierras Santas, trajo el resto de las reliquias de los santos y las colocó en una magnífica iglesia construida a sus expensas Suzarche; También hay restos en París y otros lugares.
Con gran pompa recibió la ciudad de Munich los dos cabezas y otros varios huesos de los anárquicos, en el año 1649, depositándolos en la suntuosa iglesia de San Miguel, de los pp. Jesuitas, donde han obrado muchos milagros. Un caballero francés llamado Beamont, que en tiempo de los cruzados fue al socorro de las Tierras Santas, trajo el resto de las reliquias de los santos y las colocó en una magnífica iglesia construida a sus expensas Suzarche; También hay restos en París y otros lugares.
Son patronos los médicos y digna de especial mención la sociedad de médicos y farmacéuticos que funciona en Barcelona, hace bastante años, bajo la advocación, que ha sido como la madre de las que, a su ejemplo, se han fundado en otras ciudades de España. Publican una revista titulada EL CRITERIO CATÓLICO O LAS CIENCIAS MÉDICAS. Es digna de encomio la congregación médico-farmacéutica de Valencia, cuyos orígenes se remonta a tiempos de Jaime I de Aragón, quien la aprobó y dió fueros en 1271.
Por último, el Ilmo. Don Juan de Fonseca, obispo de Guadix-Baza, en su santa visita pastoral a esta parroquia de Cortes de Baza el día 11 de Noviembre del año 1601, bajo su presidencia y asistido de su secretario de cámara y de los señores párrocos beneficiados, reunidos con los feligreses de esta villa en la iglesia parroquial, fueron elegidos, aceptados y confesados los Santos Mártires San Cosme y San Damián, como Patronos, Abogados y Protectores del pueblo de Cortes de Baza.
Con los donativos de los feligreses, en el año 1615, fue construida una ermita en el extrarradio del pueblo, al término de la calle de Baza. Desde entonces se les da ferviente culto por los innumerables devotos que anualmente concurren a su festividad, con los exvotos y promesas en acción de gracias, por los favores alcanzados de Dios nuestro Señor por mediación de los Santos Patronos.
La junta directiva y los hermanos en general, acordaron en una reunión dotar a la ermita de un modesto pero bello retablo para nuestros Santos que fue costeado por todos los hermanos.
Texto histórico relatado por D. Manuel Pérez García. Hijo Predilecto del pueblo de Cortes de Baza.
La junta directiva y los hermanos en general, acordaron en una reunión dotar a la ermita de un modesto pero bello retablo para nuestros Santos que fue costeado por todos los hermanos.
Texto histórico relatado por D. Manuel Pérez García. Hijo Predilecto del pueblo de Cortes de Baza.
GALERÍA DE FOTOS DE LOS SANTOS MÉDICOS
Vida de los Santos. Santos Cosme y Damián
Los Santos Médicos, cuyos nombres significaban respectivamente "adornado y soñador", eran llamados Anárguiros, sin dinero. Ejercían la medicina sin cobrar. Daban mucho sin recibir nada. Su madre Teodora les educó en la virtud.
Según el martirologio romano, en Egea, ciudad de Arabia, los santos hermanos gemelos Cosme y Damián, sufrieron diversos tormentos en la persecución de Diocleciano. Fueron cargados de cadenas, arrojados a la cárcel, pasados por el agua y el fuego, crucificados, asaeteados y decapitados. San Gregorio de Tours consigna el valor taumatúrgico de estos santos hermanos médicos, sobre todo para curar las enfermedades del alma. "Espantaban las enfermedades por el solo mérito de sus virtudes y de la intervención de sus oraciones. Coronados tras diversos martirios, se juntaron en el cielo y hacen a favor de sus compatriotas numerosos milagros". Juntamente con Cosme y Damián murieron sus hermanos, Antimo, Leoncio, Eupropio. Según otras fuentes, fueron martirizados y enterrados en Ciro, ciudad de Siria, cerca de Alepo. Teodoreto, obispo de Ciro, en el siglo V, alude a la maravillosa basílica que estos santos mártires tenían en la ciudad. San Cosme y San Damián se cuentan entre los santos más famosos de la antigüedad. Esto explica la multitud de basílicas delicadas a ellos, como en Constantinopla, en Jerusalén, en Egipto, en Tesalónica, en Edesa, en Capadocia, en Mesopotamia y prácticamente en todo el Oriente Cristiano. Pronto su culto se extiende a Occidente, de lo que hay muestras abundantes en Ravena, Verona y en el oracional visigótico. En Roma sobre todo gozaron de una popularidad excepcional, tanto que sus nombres forman parte del canon romano y llegaron a tener hasta diez iglesias dedicadas. Concretamente el Papa Símaco (498-514) les consagró un oratorio en el Esquilino, que luego se convirtió en abadía. San Félix IV, hacia el año 527, transformó para uso eclesiástico dos célebres edificios antiguos, la basílica de Rómulo y el templum sacrum urbis, situados en la Vía Sacra, en el Foro, dedicándoselos a los dos médicos anárguiros. Esta iglesia de San Cosme y San Damián en el Foro, restaurada por el Papa Barberini, Urbano VIII, en el año 1631, es una de las más bellas de Roma. En el ábside un antiguo mosaico representa a Cristo "con unos ojos grandes que miran a todas partes", como dice el epitafio. A uno y otro lado están los hermanos médicos, prontos a escuchar a sus devotos. Llama la atención la multitud de milagros que se atribuyen a los santos antiguos. ¿Por qué hoy no obran tantas maravillas? ¿Es que nuestros antepasados eran unos ingenuos? ¿O será que no tenemos aquella fe que tenían ellos, aquella fe evangélica que trasladaba las montañas? Desde luego lo que importa es que no se apague la fe. El Señor está dispuesto a seguir obrando prodigios, pero requiere la fe para realizarlos. En los Evangelios se cuenta que algunas ocasiones El Señor no hizo milagros por la poca fe de los presentes, por su escasa disposición. La antigua liturgia hispana rezaba así: "Oh Dios, nuestro médico y remediador eterno, que hiciste a Cosme y Damián inquebrantables en su fe, invencibles en su heroísmo, para llevar salud a las dolencias humanas, haz que por ellos sea curada nuestra enfermedad, y que por ellos también la curación sea sin recaída". Con esta confianza rezaban los fieles. A San Cosme y San Damián se les considera patronos de los médicos, junto con San Lucas y San Pantaleón, y de los farmacéuticos. |