¡Han tirado la barbería!
Barberos
Para saber más...
El barbero era la persona que tenía por oficio afeitar, embellecer o arreglar la barba de los hombres.
Entre las funciones del barbero figuraban cortar el cabello utilizando tijeras; perfilarlo y cortar las patillas usando cuchilla y rasurar el cuello utilizando maquinilla. También aplicaban espuma de afeitar a la barba y la cortaban o la perfilaban a tijera. En ocasiones el barbero realizaba su trabajo a domicilio. Las barbería era el segundo santuario de los hombres después del bar, o como un club privado para hombres, donde el servicio se centraba en el corte de pelo, el afeitado y, en casos muy especiales "el masaje". No se trataba de un lugar donde el hombre iba solo a cortarse el pelo, más bien era un sitio donde conversar "con su barbero de siempre" y con los demás hombres que se encontraban en el local, sobre los últimos acontecimientos que se suscitaban en el pueblo; allí se hablaba de toros, de fútbol, de mujeres y del comentario que estuviera en boga en aquel momento; el sábado, aprovechando que era mercado y acudía mucha gente a la plaza era el día más concurrido de la semana. El ambiente dentro de la barbería era mágico. Y desde que la persona entraba, sentía el olor característico de la espuma, que se usaba para afeitar, y de la colonia, que le daba el toque final al afeitado. El primer y más severo golpe que sufrieron las barberías tradicionales fue por los años 60 y 70 que todo el mundo quería ser hippie. Los jóvenes por “hipies” y los mayores por el cambio de costumbres, la barbería inicia su declive. Aunque se ha perdido bastante la esencia de las barberías, esta profesión vivirá, mientras exista un barbero armado con sus tijeras, peine y máquina de afeitar. Los barberos ambulantes de la Sierra de Baza
En el relato se comenta esta actividad y se describe este curioso oficio de los barberos que también hacían de sacamuelas y curanderos, incluyendo datos y anécdotas de nuestra Sierra. José Ángel Rodríguez Sánchez http://www.sierradebaza.org/index.php/component/content/article/143-principal/secciones/relatos-y-leyendas-de-la-sierra-de-baza/566-los-barberos-ambulantes-de-la-sierra-de-baza |
¡Han tirado la barbería!
EL BARBERO -¡Han tirado la barbería! Se escuchaba en Cortes hace unos días. -Sí hombre, la barbería de la Plaza, la de los “Matías”. Recuerdo a las personas que regentaron la barbería. Matías padre, ya bastante mayor, “que no te vaya a pelar el Matías viejo que ya le tiembla la mano y te hará trasquilones”, me aconsejaban. Pero allí estaba el hombre con el mismo ánimo de un veinteañero. Una vez que Matías padre ya dejó el oficio se hicieron cargo de la barbería los hijos. Pedro hijo, que decían era un poco más “fullero” y más rápido pelando y Emilio que lo hacía con más calma y de forma más correcta, opiniones para todos los gustos siempre las habrá, todo eso entre tijeretazo y chascarrillo que contaba a la vez que trabajaba. Me encantaba acompañar a mi padre a la barbería y yo creo que él disfrutaba también. Después, todo orgulloso, a veces a escondidas de la madre también en alguna ocasión llevaría a mis hijos a cortarles el pelo. ¡Pero abuelo, para qué les han cortado tanto!, pequeño rifi-rafe y la cosa no pasaba de ahí. Llevar a sus nietos a su barbería de toda la vida, creo que eso no tenía precio para él. Observaba que mi padre no solía pagar cuando lo afeitaban o cortaban el pelo, me resultaba extraño , porque a mí sí me cobraban unas pesetas. Cuando extrañado le preguntaba sobre ello, a mis siete u ocho años, me explicaba que tenía “una iguala” con los barberos y que anualmente hacía el pago, alguna fanega de trigo o algo así. La puerta de la barbería era muy distinta a las puertas de las casas en Cortes. Una puerta de madera a cuarterones, hasta ahí bueno, ¡pero es que tenía cristales! Unos cuadraditos y rectángulos que a mí me parecían de diseño y además ¡con cristales!. Eso no lo veíamos mucho en las puertas de las cuevas del barranco Los Paraisos donde inicialmente vivíamos. Superado el efecto de la puerta, entrabas y veías los sillones, en la pared de enfrente dos espejos enormes, grandísimos, en la pared de la derecha una pequeña puerta que comunicaba con la vivienda y por la que a menudo se escapaba o bien Pedro o bien Emilio. ¿Adónde irán por ahí?, pensaba. Más tarde entendí que deberían tener su necesidades como cualquier humano. Cuando trajeron los dos sillones nuevos, ¡qué pasada de asientos!, eran enormes, blancos de porcelana y de acero. Además tenían una palanca que los barberos accionaban para subir o bajar el asiento a conveniencia. Para los zagales pequeños tenían una cajón que colocaban en el asiento y los subían en él para así estar a la altura de sus manos y herramientas. Entrando, en la pared del fondo, había una especie de “gatera”, una ventanita igualmente extraña a ras del suelo. ¿Cómo es esto, una ventana que está a ras del suelo?, aquello no era normal. Con el tiempo comprobé por mí mismo la función de aquella ventana. Barrían el suelo a menudo para recoger el pelo que los clientes dejaban y lo empujaban a través de aquella ventana haciéndolo desaparecer milagrosamente. ¿Adónde irán a parar los pelos? Otra incógnita más para investigar. Con el tiempo comprendí que por detrás de la barbería estaba el barranco y había un desnivel considerable respecto al suelo de la barbería. El pelo caería por su propio peso al corral, directamente se escurriría por el “laero” del barranco o dondequiera que aquella luz que entraba por la ventanilla lo llevase. Entrando, en la pared de la izquierda estaban los bancos para los clientes. Uno o dos bancos corridos de madera en los que pacientemente esperábamos turno. Siempre había gente esperando, Pedro o Emilio con su chistes y chascarrillos y los clientes igualmente contando sus cosas de mayores. Yo rara vez intervenía, claro está, en esas conversaciones de mayores, si no era para hacer alguna sugerencia sobre la postura, un respingo por alguna tijera que se escapaba, te daba un tirón de pelo y poco más. Eso sí, siempre formalitos y calladitos, “como te portes mal te cortan una oreja” nos decían; así que no te atrevías a mover un “pelo” durante la intervención. Finalizaba la operación, salíamos, sacudida general y restregado de cabeza para intentar quitarte de encima los resto de pelo aún pegados y si la cosa iba bien, acompañaba a mi padre al “ambigú”, bar del cine que regentaba José el Montoya abuelo, donde mi padre solía tomarse ya un vinillo con casera y yo me apuntaba a un “chato” también de casera, más que nada para echarles mano y la boca claro, a los garbanzos “torraos” que nos ponía de tapa. Echo la mirada atrás para recordar con cariño a los barberos que regentaron la barbería de la plaza: Matías padre, Pedro y Emilio. Vaya mi reconocimiento a todos los barberos-peluqueros del pueblo, hayan o no ejercido en él, que han sabido mantener su oficio aún a costa de las muchas penurias que han pasado a lo largo del tiempo. Un oficio más para el recuerdo. malacatonesdecortes- octubre 2015 |